"Si Dios no existiera... ¿habría alguna diferencia?" |
El pastor
protestante Tomas Ericsson (Gunnar Björnstrand)
realiza su trabajo litúrgico con la
iglesia casi vacía. Está enfermo y el amor de la maestra Marta
(Ingrid Thulin) se ha vuelto para él una carga insoportable. Un
matrimonio de feligreses (Max von Sidow y Gunnel Lindblom) acuden para pedirle consejo acerca de una
inexplicable angustia para ellos, sin embargo es incapaz de resolver
sus dudas.
En
el s. XIX el filósofo F.W. Nietzsche anunció que el pasado siglo
sería una época de convulsiones sociales y grandes guerras porque
el mundo se daría cuenta de que Dios había muerto. El supremo
organizador, el legitimador de nuestra ética, el severo padre que
castiga y recompensa era un cascarón vacío desde hacía tiempo.
Este desolador paisaje es el que nos retrata el director Ingmar
Bergman en este descarnado film. Frío, silencio y soledad son las
palabras que mejor definen esta introspectiva obra del archiconocido
autor sueco.
Tenemos
a un pastor que no lo es, en cuanto que ha perdido su fe. Un hombre
que no lo es, en cuanto que ha perdido su capacidad de amar. Como él
mismo confiesa ante el apesadumbrado feligres que le visita :"morí
en el momento que mi mujer murió". Todo es vacío en él y nada
le importa. Incluso para un actor de la talla de Gunnar Björnstrand,
fue uno de los personajes más incómodos de interpretar.
El momento más luminoso de la película: el pastor confiesa no creer en Dios y un rayo de sol se cuela por la ventana. |
Su
contrapartida, Marta, la profesora sustituta, parece ser la única
que pueda salvarle de sí mismo. Sin embargo, sus intentos se ven una
y otra vez frustrados ante un muro de fría indiferencia. Si el
protagonista se ve ahogado por el silencio de Dios, Marta lo está
por la falta de sentimientos del pastor, que en breves y contados
momentos se resquebraja, pero rápidamente vuelve a levantar su
muralla defensiva.
Ante
un elenco de actores que representan perfectamente cada uno de los
roles designados, el director se recrea en una sucesión de primeros
planos hacia el rostro de cada uno de ellos. No hace falta más, todo
queda explicado, incluso a veces podría ser que el protagonista
habla demasiado. Si sobran las palabras, incluso sobra la banda
sonora, no existe, sólo silencio, ruido de coches, dialogos y un
incestuoso río que vela al muerto que nadie llora, salvo el corto
gemido de un niño a lo lejos.
Es
una película dura y lenta, pero necesaria. Bergman nos plantea
cuestiones que en un momento u otro de nuestra vida aparecerán y la
huida no hará más que exacerbarlas hasta el momento de nuestra
muerte, como la expresión inglesa declara "honesty in death"
(honesto en la muerte). Son temas universales que nos han acompañado
a lo largo de toda la historia de la humanidad, no son sólo
patrimonio exclusivo de intelectuales, no nos habla de algo
completamente ajeno a nuestra vida diaria.
Por
supuesto, también opino que un exceso de este tipo de películas
puedes llegar a ser perjudicial pero creo que, actualmente, se tiende
más al escapismo, a no hablar de "eso", a no "comernos
la cabeza" pareciendo que únicamente se puede hablar de la
muerte o Dios cuando tienes un libro de Kierkegaard bajo el brazo.
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